Diseño

El arte de sentarse

Por: Mónica Barreneche. Fotografía: cortesía Artesanías de Colombia. / 
noviembre 30 - 2018
El arte de sentarse
En Bogotá, durante dos semanas en diciembre, cada año se lleva a cabo la feria artesanal más grande del país, en ella se comercializa la producción anual de bancos Sikuani. Lo que para muchos es una pieza decorativa que le dará ese toque étnico a un espacio, para otros es un elemento que narra, por medio de símbolos, su propia historia.

Conocidos también como los Guajibo, la cultura Sikuani es una comunidad indígena localizada en las sabanas abiertas de los llanos orientales colombianos. Antes de asentarse en el resguardo indígena de Wacoyo (Meta), que hoy en día los protege, fueron durante mucho tiempo una comunidad nómada. Al haber surgido en áreas en donde las lluvias marcan el calendario de sus habitantes, los Sikuani son gente de agua. Este elemento, se podría decir, es el hilo conductor dentro de su cultura. Ya sea huyendo de las grandes inundaciones o buscando el caudal de un río, esta comunidad indígena ha fluido en los territorios de la Orinoquía durante siglos.

Si bien fue hasta la década de los treinta que se comenzó a saber de ellos, su historia, al igual que la de las comunidades indígenas registradas en Colombia, está marcada por la violencia y grandes pérdidas. Al contrario de lo que se podría llegar a pensar, la disminución más drástica de los Sikuani no se dio en la época de la conquista española, sino en los inicios de la República (1810) cuando, al no existir departamentos, se promovía desde el centro la colonización desmedida de los territorios. Para el antropólogo Camilo Rodríguez Villamil, quien se ha especializado en el estudio de las comunidades indígenas, esto dio origen a las guajibiadas, el capítulo más oscuro en la historia de los Sikuani; “los colonos salían a cazar a los indígenas como si fueran animales, la comunidad comenzó a ser diezmada, más adelante vendría el rapto de los hombres Sikuani para trabajar como esclavos en las plantaciones que se desarrollaban en el sur del país. Como nadie los reclamaba, morían a causa de las condiciones de trabajo forzado y abuso”.

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Poco más de un siglo y medio después, durante la presidencia de César Gaviria, se dio inicio a un programa de educación y reunificación de las culturas indígenas del país. Gracias a esta política pública los Sikuani, que se encontraban desplegados por todo el país, poco a poco comenzaron a rescatar sus orígenes, tradiciones, dialectos y costumbres. Actualmente existen alrededor de 1.650 indígenas Sikuani en el país.

Un lenguaje silencioso

“Un día llegó una trabajadora social, vio un banco de los que estaba tallando y me lo cambió por una grabadora. Me di cuenta que nuestros bancos tenían valor fuera de la comunidad”, cuenta Jairo Yepes, maestro de maestros de la talla en madera Sikuani, título que otorga Artesanías de Colombia a los grandes artesanos. Según Yepes, fue a partir de este episodio que se puso en la tarea de comercializar los bancos Sikuani. No sabríamos decir si aquella trabajadora social, al igual que las miles de personas que han adquirido durante años estos bancos, conocía las historias que guardan cuentan con su tallas y simbologías.

Al igual que al exterior de la comunidad, los bancos son piezas utilitarias; sin embargo, dentro de ella cumplen una función que va más allá de la de sentarse. Cada banco Sikuani se talla en madera de machaco para un rito específico. De estos nacen sus formas, generalmente provenientes de animales totémicos como el cocodrilo, el chigüiro, la serpiente o la tortugaformas rodeadas por símbolos sagrados tallados en relieve que hacen referencia al rito que se esté celebrando.

Tal vez el rito más conocido de la cultura Sikuani es el del pescado, que se lleva a cabo exclusivamente para celebrar la transición de una niña a mujer. Durante el período de la primera menstruación, la sikuani se alimenta únicamente de pescado, y hasta que no finalice el sangrado, no debe tocar el suelo. Dentro de su aislamiento vigilado por un guía voluntario, cuando no está recostada en un chinchorro solo se apoya en el banco, ya que de tocar el suelo quedará impura. Al finalizar el rito, el banco se le da como recompensa al guía que acompaño a la sikuani durante la transición.

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Los ritos de paso son especialmente importantes en las comunidades indígenas. En su libro Pureza y Peligro, la reconocida antropóloga británica Mary Douglas relató que durante estas transiciones los seres humanos se sienten en peligro, despersonalizados. Dentro de la cultura Sikuni la simbología que acompaña el rito del pescado se reconoce por la aglomeración en perspectiva de ocho rombos que confluyen en un punto de fuga. Este es tan solo uno de los cientos de símbolos que componen su hábitat.

Ramiro Moreno es otro de los talladores Sikuanis más consagrados y uno de los continuos expositores en la feria artesanal decembrina. Al preguntarle sobre su experiencia con los compradores de bancos Sikuani explicó que, desde hace muchos años, los bancos que se venden en las ferias se tallan exclusivamente para estos eventos: aunque llevan su simbología, no se utilizan para ningún rito: “la mayoría de las personas los compran porque les parecen bonitos”. Moreno aprendió de su padre, quien heredo la técnica del suyo. Originalmente, los símbolos se dibujaban sobre madera quemada, pero generaciones más jóvenes desarrollaron herramientas propias de talla que comenzaron a esculpirlos en relieve, dejando ver el color crudo de la madera. “Esta técnica genera un contraste visualmente llamativo sobre la madera negra, respecto a nuestros símbolos, son nuestro lenguaje, no lo hablamos, lo leemos”. Concluye Moreno: “yo no vendo artesanía sino una parte de nuestra cultura. Intento contar un poco la historia a cada persona que me compra un banco, que se lleven un poco de lo nuestro a sus casas”.

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La producción y venta de los bancos Sikuani han ayudado en gran medida a la recuperación de este pueblo indígena. Aparte de vivir de la siembra de yuca, el plátano y la pesca, el intercambio comercial de su cultura les sirve para mantener sus raíces vigentes ante las nuevas generaciones de Sikuani, quienes ven en esto una opción de vida distinta a la posibilidad de delinquir o dedicarse al cultivo de la mata de coca.

Han pasado muchos años desde que Jairo Yepes vendió su primer banco Sikuani. Sin embargo, la mayoría de su clientela sigue sin saber qué llevan realmente en sus manos. Para muchos es una pieza de artes decorativas étnica y exótica. Pocos saben realmente que en entre tallas y símbolos, un lenguaje silencio narra la historia milenaria de la cultura indígena colombiana.

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